Esta es una historia de pujanza, perseverancia y berraquera que a diferencia de la mayoría no tiene un final feliz.
Ella es Ana Rita Pardo, una mujer que le contó su historia a El Tiempo, una historia que le tocará el corazón. Ella tiene 83 años y sus manos se dedican a bordar en su pequeño taller en Bogotá.
Ana Rita recuerda su pasado con nostalgia, pues su vida no siempre estuvo llena de cosas buenas.
Como toda una niña del campo esta mujer nació en Choachí, un municipio de Cundinamarca. Siempre fue una niña de bien desde sus 14 años ayudaba en los quehaceres de la casa y también hacía los trabajos del campo.
Como es común en la zona rural, los colegios quedan muy lejos de las viviendas y los niños deben desplazarme largos recorridos entre las trochas, a pie, bajo el sol y el agua. Por eso Ana Rita no estudió mucho y en cambio se quedaba a ayudar en su hogar.
Hilando sueños
Sin embargo, nunca esperó que un hombre llegara para cambiarle la vida. Su tío le ofreció estudiar en la Escuela María Auxiliadora y sus padres felices la mandaron.
Allí aprendió todo lo que hoy sabe, todo el arte de la modistería que terminó siendo su mayor pasión. Lo que más le gustaba era bordar a mano en oro y era lo que más tenía que hacer.
Su trabajo se volvió tan profesional que le pedían hacer cosas que jamas en su vida se le hubieran pasado por su cabeza. El mismo Gustavo Rojas Pinilla usó su banda presidencial bordada por ella.
Todo un orgullo significaba saber que su trabajo era valorado y mostrado en muchas partes del mundo, incluso en Italia.
Con el paso del tiempo, salió de la escuela y tuvo que enfrentarse a la vida laboral. Trabajó en varios almacenes de artículos religiosos, hasta en un convento, en donde además de coser debía cocinar, lavar, barrer y demás oficios.
Un tortuoso matrimonio
Se casó a los 25 años con un hombre con el que no era muy feliz, él trabaja en licoreras y no le gustaba lo que ella hacía pero tampoco se dignaba a aportar ni un peso en la casa.
De ese matrimonio nacieron sus dos hijos Fernando y Ana Isabel, a quienes sacó adelante a punta de costura. Sin embargo ella sufría mucho, su esposo era un sinvergüenza que la golpeaba cada vez que le daba la gana.
Mientras ella aguantaba sus maltratos tenía que seguir con su vida y su única motivación era educar bien a sus hijos. Hasta que un día se llenó de valor y logró denunciarlo, así acabó su tortura.
A veces la perseguía con cuchillos e incluso con un revolver para matarla, por eso tomó la decisión de divorciarse.
Su hijo no era muy aplicado y aunque quiso meterlo a la Policía para que cogiera juicio solo duró 2 meses. En cambio su hija estudió en la Universidad y luego se fue para Estados Unidos, era una mujer muy independiente.
La tragedia apenas comienza
Sin embargo, su trágica historia estaba a punto de comenzar.
A punta de su trabajo de toda la vida logró construir un edificio en el municipio en donde vivía de niña, allí puso a vivir a su hijo y sus padres y otras habitaciones aprovechó para alquilarlas.
Allí comenzó también a forjar su empresa llamada «Confecciones y bordados Ana Pardo». Sin embargo, todo comenzó a cambiar el día que su hijo decidió enredarse con una mujer, llevarla a vivir allí y darle trabajo en su empresa.
Poco a poco se fueron apoderando de todo, de su casa, de su trabajo y hasta de sus empleados. Su propia sangre le robó su dinero, su idea y sus ilusiones.
Sus recursos eran utilizados en otra empresa de ellos, las telas, el dinero y hasta sus costureras tenían que trabajar para ellos.
La baja rentabilidad en su negocio hizo que Ana Rita se enterara de la traición. Finalmente fue tanto el descaro que su hijo cambió la seguridad del edificio para que más nunca entrara y poder hacer y deshacer a su antojo.
A pesar de que entabló varias demandas para que le devolvieran su casa, él había hecho relaciones con la justicia para que fallaran a su favor.
Volver a empezar
Según El Tiempo, se le salieron las lagrimas mientras contaba su historia. Pues trabajó toda su vida para sacarlo adelante y ahora «quiere que viva bajo un puente».
Al final logró que le devolvieran el edificio, pero cuando llegó de la mano de su hija se dio cuenta que ya nada de lo que había construido durante tantos años seguía allí. Pero una mujer pujante como ella no iba a permitir abandonar todo su legado.
Hoy a los 83 años, sigue luchando por los sueños que algún día su hijo le arrebató. Nunca ha parado de bordar, pues ese es su motivo para seguir viviendo y sobretodo devolver la buena imagen de su empresa.
Por otro lado, lo único que le dijo Fernando a este diario fue que los testimonios de su madre eran falsos y él era víctima.
Como ella, muchos otros abuelos sufren el abandono, maltrato y abuso de sus hijos, que deciden darle la espalda a quienes sacrificaron su vida por ellos.